Ayuntamiento de Polaciones

El valle de Polaciones, es un territorio rural, situado en el curso alto del río Nansa, sometido históricamente a un aislamiento geográfico que hace que la cultura y las tradiciones populares de este valle se hayan conservado de forma excelente a lo largo de los años transmitiendo su esencia a las nuevas generaciones que luchan, porque estas continúen a lo largo del tiempo, a pesar del proceso de despoblación de las últimas décadas.

Son muchas las tradiciones que aún se conservan en el valle y conforman el valioso Patrimonio Inmaterial de Polaciones, muestra de ello son “los aguinaldos”, “las marzas”, “el ramo de Navidad”, “tirar la olla”… pero sin duda, una de las tradiciones que más se conocen de nuestro valle son “los carnavales de los zamarrones purriegos”.

El carnaval de los zamarrones se ha convertido en una de las fiestas más importantes del municipio, por su interés cultural. Estas fiestas tenían una gran importancia en el ámbito social del valle, antes de su paulatina desaparición a partir del año 1956. Si bien los carnavales como festividad profana estaban prohibidos por decreto desde el año 1939, en el valle de Polaciones se siguieron celebrando debido a la gran tradición y enraizamiento que tenían entre los pobladores del valle, quizás, protegidos por el propio aislamiento geográfico. En los años cincuenta, y tras pagar una serie de multas, la costumbre de correr los carnavales se fue perdiendo en el valle.

Desde hace ya varios años se viene trabajando en la recuperación de esta fiesta, tratando de llevarla a cabo de la forma más fiel y parecida a lo que era y representaban los carnavales en nuestro valle.

Gustavo Cotera en “El traje en Cantabria”, Ed. Cantabria, S.A., Santander-95, hace una pormenorizada descripción de los zamarrones blancos del carnaval purriego:

“… Ninguno tan peripuesto como los zamarrones blancos del Valle de Polaciones, quintos soldados cuyo aderezo quedaba a cargo de mujeres sabias en la materia; principiaban por endosarles camisa y calzón como la nieve, toscamente bordadas mangas y perneras, mas unas enaguas almidonadas casi ocultas por rico mantoncillo; éste se prendía a los flancos con alfileres relumbrantes y con un broche atrás, dejando caer sus puntas a modo de cola; cruzaban el pecho bandas de seda lazadas al costado, al par que enormes escarapelas de cintas abrían sus rosas en los hombros, introducción moderna y nada favorecedora fueron la repipiada corbata y las polainas militares o leguis, eso sí, bien engrasadas con tocino; a la cabeza el sombrerón de mayor tronío que cabría esperar de esta estirpe de serrones y vaqueros; formaba su base uno de aquellos pajeros descomunales, de los de ir a la hierba, forrado exteriormente con blancos pañuelos de seda; alrededor del borde iba una delicada puntilla de a cuarta, sobre la que temblaban flecos de cristal y collares en festón, mientras por dentro, el ala rebullía de cascabeles; armando la copa, unos alambres sostenían monumental pirámide de flores de trapo, hasta abrumar la figura  del zamarrón. Por si no fuera bastante adorno, tornasoladas colonias de tres dedos de ancho, en número de quince o dieciséis, arrancaban de sus respectivas moñas en el borde posterior del ala, flameando a la espalda como llamas de todos los colores…”.

La espectacular estampa del regio atavío de los zamarrones blancos, contrasta con los calandrajosos y tiznados zamarrones negros, disfrazados con lo primero que encuentran a mano y que son los encargados de escenificar las trovas y comparsas que cada año se componen con temas de la actualidad del valle. Los blancos con sus barrocas galas se sitúan al frente de la comparsa y su principal cometido consiste en aplicar el “sabaneo” a las mozas solteras, que no es otra cosa que salpicarlas de barro y agua con una piel o saco atado a un largo palo que les sirve además para apoyarse en sus saltos y que recibe el nombre de “zamárganu”. El ritual es seguido con gran alborozo de chillidos y carreras en persecución de las mozas que acaban siempre chorreando agua. Pero en contra de lo que pudiera pensarse, no sólo no se enfadan, sino que constituye un honor el recibir el sabaneo de los blancos, considerándose más afortunada aquella que ha recibido un mayor sabaneo.

Algunas de las comparsas han llegado hasta nosotros por transmisión oral y son muy conocidas.

Una de las comparsas más conocidas y que ha conseguido llegar hasta nuestros tiempos es:

“LOS MODERNOS Y LOS ANTIGUOS”:

[Los modernos]

Suplicamos la atención,

señores por un momento

para explcar esta vida

Que se nos pasa en un sueño.

 

[Los antiguos]

Nosotros, más veteranos

Capeadores en la vida,

Vamos a pedir auxilio

A los padres de familia

Par aquedar otros golfos

Que nos buscarán la ruina.

 

No le buscamos la ruina

A nuestros padres ni a nadie;

Trabajamos en las fiestas,

En romerías y bailes.

 

En eso pensáis vosotros,

Calaveras y borrachos,

Por eso los taberneros

Hacen con todos los cuartos.

 

Pasamos la juventud

Muy alegre y divertida,

El día lo hacemos noche

Y la noche hacemos día.

 

Sobre todo las mujeres

En esta vida moderna

Con barnices y pinturas

Se ponen que da asco verlas.

 

Es cosa que nos encanta

A la juventud de ahora

Ver a las mozas pintadas

Y con vestidos de moda.

 

[…]

La tradición musical del valle de Polaciones se mantiene viva generación tras generación, siendo esta una de las grandes señas de identidad de la cultura y tradición purriega.

 

Son la pandereta y la bandurria (rabel  en el resto de Cantabria), los instrumentos musicales por excelencia, que no podían faltar en ninguna celebración o en las largas noches de invierno, donde los purriegos se reunían al calor de la lumbre, en las “hilas”.

Son famosas las coplas cantadas al son de la bandurria, que a veces adquieren un cierto tono “picante” y que tienen una picaresca propia; el sonido de la bandurria nos traslada al recuerdo de viejas canciones, romances, coplas picarescas e irreverentes y a la jota purriega, como máxima expresión, trayéndonos a la memoria grandes bandurrieros  purriegos como José Fernández, Pepe el de Cotillos, Pedro Madrid, Quintana, Luis Gómez… y otros tantos.

En Polaciones se conserva un estilo propio de tocar la bandurria, en el que el bandurriero, en posición de sentado, sujeta la caja del instrumento entre sus rodillas. La bandurria se dispone en posición vertical, al tiempo que con la mano izquierda se sustenta el clavijero, descansando sobre el pecho.

La bandurria y su repertorio, fueron declarados en 2015, Bien de Interés Cultural Inmaterial de Cantabria, por definir, por sí misma, un aspecto destacado de la cultura de Cantabria.

El interés del Rabel como manifestación de patrimonio cultural inmaterial no queda restringido al ámbito del tañido del instrumento. Tradicionalmente, el rabelista a su vez era constructor de rabeles. Interpretaba el instrumento, lo construía, ajustaba o reparaba.

Otro importante valor patrimonial del rabel es su vertiente como depositario de testimonios de tradición oral. El son del rabel es custodio de un complejo corpus del romancero, una tradición viva que ha permitido fosilizar evidencias de la literatura del romance carolingio y de la poética medieval. Asimismo se conserva todo un conjunto de cantares, coplas, narraciones de historias ligadas al toque del rabel, antiguamente desarrollado al mor de la lumbre, en las cocinas de las viviendas, en el interior de los hogares de la aldea.

Las panderetas, están íntimamente ligadas a las romerías de nuestros pueblos ya que no podemos entender ninguna celebración sin su presencia.

Una de las coplas más conocidas del valle es:

“Polaciones buena tierra pero nieva de continuo,

El que no mata lichón tampoco come tocino”.

Cada año, músicos y aficionados de la bandurria y la pandereta se dan cita en “El Encuentru”,  y en el “Certamen de Rabel del Valle de Polaciones”, fiestas tradicionales donde los purriegos se reencuentran con su historia y sus tradiciones, reafirmando el patrimonio musical jamás olvidado.